Max Weber (en primer plano) en 1917 con Ernst Toller (frente). Fuente: Wikipedia |
Bromas aparte, tuve un atisbo de meterme en el cuerpo, cuando trabajaba y estudiaba, se me cruzaron los cables en la oficina y me presenté, junto con mis amigos/as, a unas oposiciones de tres pruebas; aprobé el primer examen con un 8,5 –cabreados los compis con mi suerte, porque decían que en tampoco tiempo era imposible prepararse el temario-, pero no me presenté al segundo, porque se me pasó el enfado con mi jefe, al aclararse el entuerto y pedirme disculpas. Por lo demás, he preferido practicar las instrucciones de Madre Teresa (ver post Aspiración íntima) en lo privado, reconociendo que en ciertas épocas, como las de las vacaciones o, sobretodo, cuando hay crisis, el funcionariado como que lo tiene menos complicado sortearla, al disponer de la seguridad de su retribución mensual, cosa que en el sector privado, puede ser distinto.
Recuerdo lo recogido en el post Vocación emprendedora: En Andalucía hay más universitarios (51%) que quieren ser funcionarios y hay más padres que quieren que sus hijos sean funcionarios (49%).El filósofo, economista, jurista, historiador, politólogo y sociólogo alemán, Max Weber, defendía la burocracia como mal menor, para que la sociedad ganara en eficacia, eficiencia e institucionalidad. Sin embargo, la definía como un instrumento de dominio social que resulta de la creciente complejidad de la sociedad, pero que acaba por esclavizarnos porque nos imposibilita para actuar con criterio propio, con libertad. A esto es a lo que Weber denominaba la racionalización basada en la autoridad legal que domina al individuo. La burocracia sigue una racionalidad técnica de tipo instrumental (conecta medios con fines), pero no ofrece las propuestas de sentido y la elección de fines que sí caracteriza a los políticos carismáticos. ¿Nace o se hace el funcionario? En fin, que puede que tenga cara de funcionario. Pues a asumirlo ¿no?