Una de mis primeras notas en esto de las bitácoras en la red fue allá por abril del año 2003, “Copia y Pega”, donde hacía una reflexión acerca de esos remedios caseros, copiar y pegar, como fórmulas magistrales o panacea que todo lo arregla, sino que hay que buscar soluciones en consonancia con su proyecto empresarial y el marco económico y social interno y externo en el que navegan.
Pues bien, ayer me acordé de ese escrito. A la vista de una presunta “original” y “emprendedora” propuesta formativa a presentar en una convocatoria, cuando un compañero empezó a escarbar tímidamente, nos encontramos con una burda y ordinaria acción de “copia y pega” de otro proyecto anterior. Digo inculta y chabacana, dado que ni siquiera han tenido el tacto, o la deferencia hacia su importante cliente, de leerse la normativa actual, porque si lo hubiera hecho cualquier hijo de buen vecino, tendría los dos dedos de luces que hay que tener, para adaptar lo copiado a la situación actual. Ni eso.
Sentí vergüenza ajena, primero, tristeza, después, y el sentimiento de que estaban ninguneando al ente promotor, finalmente. Si no fuera por las respetables personas a las que mi corazón debe pleitesía profesional, hoy estaría a años luz de esas presuntas, temerarias y perversas chapuzas, donde se pone en juego el colectivo empresarial, los colaboradores internos y externos, la imagen, el presupuesto anual, la dignidad y el abolengo de una histórica institución (imagen incorporada posteriormente: fuente: pixabay).