En este tiempo de incertidumbre, pretendía cambiar de puesto a uno de sus directivos. ¿Fracasó en los objetivos económicos y financieros asignados? No. En los últimos años había transformado su centro de actividad, pasando de números rojos a positivos, ganándose el respeto de colaboradores, clientes y proveedores. Entonces ¿Cuál era el problema? - Es demasiado bueno -. ¡Ah! Había escuchado esa frase en más de una ocasión. Se me vino a la cabeza la etapa de Del Bosque al frente del Real Madrid. Lo ganó todo, pero no era la imagen que Florentino quería y lo destituyó, comenzando el declive de su primera era.
Cree mi interlocutor que para cambiar una empresa con decentes resultados en una portentosa se requiere de un temperamento excepcional, un directivo ególatra que gobierne la ofensiva empresarial. Pienso que en los tiempos que corren, está equivocado. En este cambio de época se empiezan a destilar perfiles directivos con una mezcolanza o amasijo de sincera humildad, intensa voluntad, bravura, reconocimiento a terceros y unas grandes y cálidas espaldas para acarrear con los errores suyos, del equipo y de otros, como los del propio consejo de dirección (imagen incorporada posteriormente; fuente: pixabay).