Ayer, me encontré en la Ciudad de la Justicia de Málaga (España), a una, por mí, respetada persona, que fue cliente importante de uno de los antiguos proyectos empresariales, de los que en el pasado tuve la oportunidad de colaborar. Como a ambos se nos desajustó la agenda prevista, me propuso tomar un café para hacer más corta la espera. ¿Por dónde andas? No me dio tiempo a responder. Se sinceró en el camino. El actual rumbo empresarial de su proyecto no le gustaba, desde morosidad por un tubo, hasta problemas para renovar los créditos con las entidades financieras, por no hablar de dificultades para pagar la nómina de fin de mes. Dejé libre al subsconsciente y empecé a disparar ideas, desde elaborar un urgente plan de salvamento (aquí le sugerí que se olvidara de acudir a la administración pública, ya que probablemente lo iban a liar y las presuntas soluciones de la normativa de turno se demorarían eternamente, perdiendo un tiempo fundamental para salvar a su empresa), cerrar las cuentas de los clientes con riesgo de morosidad, ajustando la plantilla laboral a la nueva situación, hasta renunciar a sus emolumentos como propietario, cogiendo sólo lo necesario para vivir e implicando a los cargos de confianza en el proyecto de reestructuración. También, apunté la disminución de los costes, pero de forma estratégica, lógica. En línea con el post Estilo de dirección, finalicé con una propuesta de revisión sincera del modelo gerencial aplicado y, si procede, ponerse manos a la obra para cambiarlo, conforme a las nuevas necesidades económicas y sociales que la crisis destapa. A propósito. Comentó. No me has contestado a por dónde andas actualmente ¿Estás libre? Sonrío. ¡Ni que fuera un taxista! Respondí (imagen de gifmania.com).