Ayer conversé con una teleco sobre un tema de su especialidad. Realicé un esfuerzo por descifrar lo que estaba diciéndome. Por un momento, sentí que ella o yo éramos de culturas diferentes, porque no lograba explicarme ni entenderla. Una llamada telefónica me salvó de la situación. Recordé a Diego, Carlos, Migue, Javi, José y el largo etcétera de informáticos y telecos con los que tuve la suerte de colaborar hace ahora diez años. El number one del grupo que en aquellos momentos me acogía profesionalmente, me asignó, entre otros objetivos, la reestructuración del departamento de telecomunicaciones de Vértice y el análisis empresarial y posterior adquisición, desembarco e integración de culturas, de Ari Telecom.
Aprendí bastante. Más que de cuestiones tecnológicas, de relaciones humanas. A estos seres les gusta la perfección y poseer la última solución tecnológica. Su pensamiento suele ser metódico y consecuente. La nómina de final de mes era importante, pero aún más el sentirse cómodos, sin uniformes obligados, con sus fetiches encima del teclado. Jugar, reírse, currarse sus propios proyectos. Para ellos, los avances tecnológicos son signos de inteligencia y competitividad. Ahora bien, procura elegir el momento adecuado para decirles que se han equivocado, porque no tienen tendencia a reconocerlo. Más bien, un poquito de vanidad sí.
Mi estrategia para intentar integrarme y adaptarme fue adquirir algunos conocimientos sobre la materia, procurar escucharles, testar y consensuar determinadas decisiones estratégicas, no interrumpirles con solicitudes de configuraciones, copias o florituras, no bombardearlos con especificaciones de última hora, tener paciencia con las temporalizaciones y, si tenían la razón, defenderlos a muerte. Bueno, algo más. Como te comenté en el post Hipocresía y Sinceridad, cebarlos con pescaito frito, Monstespejo y ron Pampero. Un estómago de informático o teleco satisfecho, propicia un cerebro agradecido (gifs animados de gifmania).